miércoles, 12 de noviembre de 2014

ROMANCES

ROMANCES
1

Romance amoroso a una dama

¿No me conocéis, serranos?
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.

Huésped en vuestras riberas,
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.

Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!;
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.

Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos
bastan los rayos que viste.

A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre.

A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.

Cuyo nombre el Gata ufano
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.

En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.

Retírase, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos
o a los acentos de un cisne;

que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describirte.

Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,

así, pues, el tiempo nunca
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;

a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste,
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;

que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte,
acordada en elegirte.

Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques.

Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.

Tú verás que a mis deseos
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.

Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe

pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas,
cierto estoy que Amor me envidie.

CANCIÓN

CANCIÓN
A San Isidro

Coronadas de luz las sienes bellas,
conduce el sol su luminoso coche
a la estación donde madruga el día;
quitó el prestado honor a las estrellas,
y en campañas de luz venció a la noche
con los ardientes rayos que regía;
castigo a su osadía
la tierra fue, que nuevo sol le opuso,
esfera de verdor, campo de fuego.
Cuando en sus rayos ciego,
querúbicas deidades vio confuso
sembrar por rubios granos esmeraldas,
por espigas coger verdes guirnaldas.

Los campos de Madrid ya cielos bellos
y los cielos del sol campos hermosos
eran con los opuestos resplandores;
porque asistiendo o cultivando en ellos,
ya labrador, ya espíritus dichosos,
campos de estrellas son, cielo de flores:
vestida de esplendores
acredita la tierra al sol desmayos,
que paga el sol en rayos a la tierra;
y en luminosa guerra,
espigas compitieron a sus rayos,
porque el cielo y la tierra en sus fatigas
mieses de rayos son, globos de espigas.

El viento, entre los varios arreboles
del resplandor, Madrid, que a ti reduces
cielo humano te vio, divino suelo:
dudó dos cielos y creyó dos soles,
admirando, confuso entre dos luces,
brillando el campo y cultivando el cielo;
que con santo desvelo
Isidro le labraba con el llanto,
ángeles con su gloria le ilustraban,
y el viento, que abrasaban
mansos eclipses, en abismo tanto
ignora a quién incline su destino,
a ángel cultor o a labrador divino.

Este pues en su espíritu dichoso,
arrebatado hasta los cielos sube
(que bien la tierra por el cielo olvida)
y espíritus del trono luminoso,
rayos de luz en abrasada nube,
bajan al suelo a darle nueva vida.
La tierra, agradecida
al favor de los cielos soberano,
sin esperanzas del abril florece:
tanto, tanto agradece
el beneficio de la culta mano;
y estrellas produjera entonces bellas,
si nacieran sembradas las estrellas.

Rompe la tierra el paraninfo alado
y el rústico instrumento que la oprime,
nunca más dulce, nunca más süave
a la mano obediente, no al arado,
el surco estima que en su centro imprime
celeste autor de su esperanza grave.
¿Quién habrá que te alabe,
ángel o labrador, si ofrece el suelo
a celestial cultor humano fruto,
y celestial tributo
a humano agricultor ofrece el cielo?
Y aunque use el hombre angélico ejercicio,
¿quién vio al ángel usar rústico oficio?

¿Quién más dichoso está, quién más ufano?
¿Con ángeles el suelo en este día
o con un labrador, no más, el cielo?
Más gloria tiene el cielo soberano,
pues humildes dos ángeles envía
que próvidos por él labren el suelo:
tanto pudo tu celo,
tanto, Isidro, tu amor maravilloso,
tanto tus oraciones celestiales.
Por dos ángeles vales:
dos suplen tu descuido virtuoso;
y pues de flores ver los campos llenos,
porque se aumenten más trabaja menos.

Deje de mi pluma el vuelo,
mi torpe acento el canto,
mi voz aliento tanto;
que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo;
y es bien que a tanto empleo se presuma
suave voz, dulce acento y veloz pluma.

OCTAVAS


OCTAVAS
A San Isidro

Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta
medroso esparce hasta el segundo oriente.
El viento con suspiros se levanta;
présaga España su desdicha siente:
y en tanta confusión, en pena tanta
Filipo al fatal golpe está obediente:
¡Oh justo llanto, oh justo sentimiento!
Tema España, el sol llore, gima el viento.

Mas cese el sentimiento, cese el llanto,
y en vez, España, de funesto luto,
fiestas publica, que te ensalce cuanto
te oprimió de los ojos el tributo;
pues ya Madrid piadosa a Isidro santo
vuelve a sus campos a coger el fruto
que sembró de piedad y desengaños
al fin dichoso de quinientos años.

Ya más gloriosa con humilde celo
vuelve, piadosa al Labrador divino,
a ver el prado, el río, fuente y suelo,
donde a la tierra y cielo abrió camino,
porque de nuevo en ella obligue al cielo,
en tanto que su Rey sujeto es digno
a su piedad, volviendo a su porfía
Sol a España, al sol luz, a la luz día.

Dichosa, insigne villa, y más dichosa
cuanto por más piadosa te señalas,
vuele tu fama al viento licenciosa;
sirviendo a tu piedad de amor las alas,
vive, ¡oh! más que la muerte poderosa,
pues no sólo el arado al cetro igualas,
pero aun exceden por divinas leyes
tus pobres labradores a tus reyes.

SONETOS


SONETOS
1

A las flores

Éstas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.

Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.


2

A las estrellas

Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores,
aquello viven, si se duelen dellas.

Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores;
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.

De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.

¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o qué mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere.

4

A un altar de Santa Teresa

La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.

Esta pues que la cumbre del Carmelo
mira fiel, mansa ocupa y surca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.

¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega,
y a más pilotos tu gobierno fía!

Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.


5

A San Isidro

Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.

Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.

Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,

no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruta

El Monstruo en Su Laberinto

EL MONSTRUO EN SU LABERINTO: CRISTIANOS EN LAS
ALPUJARRAS DE AMAR DESPUÉS DE LA MUERTE


Diane E. Sieber
LA UNIVERSIDAD DE COLORADO, BOULDER
En su obra teatral El Tuzaní del Alpuxarra, mejor conocida como Amar después
de la muerte, Pedro Calderón de la Barca presenta un episodio amoroso que tiene
lugar durante la rebelión morisca de las Alpujarras (1568-1571).' Ya hecha
famosa en la segunda parte de las Guerras civiles de Granada (1619), el amor
entre los moriscos granadinos doña Clara Malee y don Alvaro Tuzaní es ampliado
por Calderón para ocupar el espacio principal de su obra2. Calderón retoma
este cuento, y enfatiza la topografía de la guerra y reformula el argumento
a base de la mitología clásica. Como resultado, su obra termina interrogando el
sistema de identificación racial y cultural que había provocado la rebelión alpujarreña.
Empecemos, entonces, con la topografía morisca de la obra. Calderón, cuidadosamente
pinta la composición de lugar del mundo morisco. El espacio en
esta obra teatral cobra un significado poético/emocional subrayado por el título
original: el honroso don Alvaro de Granada se convertirá en el vengativo Tuzaní
de la Alpujarra. En su Poética del espacio, Gastón Bachelard observa que en toda
experiencia humana el espacio objetivo es transformado por valores imaginativos
o figurativos que asociamos con este espacio, y que «dichos valores son
muy pronto valores dominantes. El espacio captado por la imaginación no puede
seguir siendo el espacio indiferente entregado a la medida y a la reflexión del
geómetra».3 La primera jornada nos presenta a los moriscos de Granada en su
entorno social natural. Es decir, vemos el interior de una casa noble granadina y
el interior de la Alhambra. Aquí se enumeran los ricos muebles y la comodidad
del hogar familiar. En contraste violento, la segunda y tercera jornadas nos
1 Pedro Calderón de la Barca, Amar después de la muerte o el Tuzaní de la Alpujarra, Obras Completas
de Don Pedro Calderón de la Barca, ed. Luis Astrana Marín, Madrid: Aguilar, 1932,
págs. 53-110.
Margaret Wilson estudió en detalle el uso de las Guerras civiles de Granada como fuente principal
de Calderón; aquí no nos ocuparemos de este aspecto de la obra de Calderón. Margaret
Wilson, «'Si África llora, España no ríe': A Study of Calderón's Amar después de la muerte in
Relation to its Source», Bulletin ofHispanic Studies, LXI (1984), págs. 419-25.
Gastón Bachelard, La poética del espacio, México y Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
1965, pág. 29.
740

EL MONSTRUO EN SU LABERINTO 741
presentan el mundo laberíntico y peligroso de la rebeldía en la sierra de las
Alpujarras.
Al comienzo de la primera jornada, los moriscos bailan una zambra en secreto
un viernes de 1567, cuando se les interrumpe para anunciar los edictos nuevos
de asimilación. La premática nueva, en palabras del morisco don Juan
Malee, prohibirá de allí en adelante «tener fiestas, hacer zambras, vestir sedas,
verse en baños, ni oírse en alguna casa hablar en su algarabía» (55). Las nuevas
leyes eran, en palabras del historiador Miguel Ángel Ladero Quesada, «la proscripción
de una cultura por decreto».4 Los moriscos nobles de Calderón no disputan
la necesidad de su conversión, sino la rapidez con la cual Felipe II se propone
ejecutarla: «aunque era ley justa y prevención santa ir haciendo poco a
poco de la costumbre africana olvido, no era razón que fuese con furia tanta»
(55).5 Los muros de las casas del Albaicín ya ni encierran ni protegen la identidad
cultural de una minoría cada día más excluida del ejercicio del poder y del
sistema de honores de la ciudad de sus antepasados nobles. Es cuando Malee
propone por primera vez la existencia de una topografía alternativa: los muros
defensivos de la sierra de la Alpujarra: «aquesa sierra que al sol la cerviz levanta...
retiremos a ella» (56). En esta primera escena de la obra, los moriscos todavía
no se han decidido por una respuesta tan radical; los acontecimientos que
siguen en la primera jornada les convencerán de la necesidad de tal respuesta.
Un momento dramático condensa la problemática identidad cultural del morisco
de Granada: el debate entre dos don Juanes supuestamente iguales. Don
Juan Malee, morisco, es asaltado con su mismo bastón de autoridad en el ayuntamiento
de Granada por don Juan de Mendoza. Malee aserta que al recibir el
bautismo el moro noble se había convertido en igual del cristiano noble, «mayormente
los que tienen, como yo, de reyes tanta [sangre]» (56). «Sí» responde
don Juan de Mendoza, «pero de reyes moros...pues los míos, sin ser reyes fueron
más que reyes moros porque fueron montañeses» (68). Aunque enamorado
secretamente de una morisca noble, don Juan de Mendoza rechaza un matrimonio
mixto, explicando: «ni sé que fuera decente mexclar Mendozas con sangre
de Malee, pues no convienen ni hacen buena consonancia los Mendoza y Maleques...
» (68). El insulto que genera la rebelión de las Alpujarras en la versión
calderoniana es el cuestionamiento del papel del noble morisco en la estructura
social de la España de los Austrias. ¿Dónde caben en la estructura social del reino
de Felipe II los descendientes de los nobles moros granadinos?
Miguel Ángel Ladero Quesada, Granada. Historia de un país islámico (1232-1571), Madrid:
Gredos, 1989, pág. 309.
5 La argumentación ofrecida por Malee es precisamente la posición oficial de los moriscos nobles
en 1567: don Francisco Núñez Muley en este año compuso un memorial a Felipe II con las
mismas razones, explicando que los moriscos ya se están asimilando. El mantiene que «lo cura
el curso del tiempo, sin aprieto y apremio y con buen rregimiento y con templanca, ansí de la
Justicia seglar, como de la esclesiástica», K.Garrad, «The Original Memorial of Don Francisco
Núñez Muley», Allante, II-4 (1954), pág. 214.

742 DIANEE. SIEBER
Los dos moriscos protagonistas de la rebelión, don Juan de Valor y don Alvaro
Tuzaní, rechazan el papel secundario del morisco noble impuesto por las
nuevas leyes:
VALOR: Porque me volví cristiano,
¿este baldón me sucede?
TUZANÍ: Porque su ley recibí,
¿ya no hay quien de mi se acuerde?
Fantasmas en su propia ciudad, los dos salen para las Alpuj arras con el resto de
la población de Granada, en efecto convirtiéndose en los montañeses de los cuales
era tan orgulloso don Juan de Mendoza. En el nuevo teatro de guerra, los
protagonistas moriscos se reidentifican: Don Fernando de Valor es ahora Abenhumeya,
su esposa doña Isabel se llama «Lidora», don Alvaro Tuzaní ya sólo se
identifica como «el Tuzaní», y su esposa doña Clara Malee ya es conocida como
«Maleca». Cristianos todos, su nueva identidad exterior islámica les convierte
en monstruos de mezcolanza, en hipogrifos culturales. La nueva topografía
refleja su identidad inestable.
La primera descripción cartográfica de la segunda jornada nos es ofrecida
por nada menos que don Juan de Austria, medio hermano del rey Felipe II y
general de las tropas reales que vienen a sofocar la rebelión: las Alpujarras son
una «Rebelada montaña cuya inculta aspereza, cuya extraña altura, cuya fábrica
eminente, con el peso, la máquina y la frente fatiga todo el suelo» (69). La imagen
que ya nos ofrecía don Juan Malee, de las sierras como muros defensivos,
domina las primeras escenas de la jornada. Don Juan de Mendoza añade que la
Alpujarra es la «rústica muralla, es la bárbara defensa...por su altura difícil...,
por su sitio inexpugnable e invencible por sus fuerzas» (70). Además, cada pueblo
morisco es protegido por muros defensivos, y por «riscos nacidos cóncavos
entre las breñas» (70). El nuevo terreno morisco, entonces, es un asilo protegido
de las incursiones legislativas y militares. Edward Said nota que entre la edad
media y el siglo dieciocho europeo el mundo árabe es presentado como un «espacio
cerrado, aislado del occidente dominante»;6 pero también un espacio teatral
encerrado, rico en significado mítico. El Tuzaní lamentará después que las
montañas sean «teatro de la hazaña más cobarde, de la victoria más torpe, de la
gloria más infame» (92).
Calderón toma una libertad poética con la cronología de la época para salvar
a don Juan de Austria de su vacilación ante las altas sierras: aunque su victoria
naval en Lepanto no ocurrirá hasta un año después, en esta obra don Juan acaba
de volver de su victoria definitiva sobre la flota turca. Don Juan, al oír que los
pueblos moriscos principales se llaman Galera y Gabia, cambia las asperezas alpuj
aireñas por un campo de batalla más familiar:
' Edward Said, Orientalism, New York: Vintage, 1979, pág. 63.

EL MONSTRUO EN SU LABERINTO 142>
Dadme, cielos, fortuna, como en el agua, en la tierra, porque opuestos aquella
naval batalla y este cerco campal, luego pueda decir que en la tierra y en la mar,
tuve en un tiempo dos victorias, que confusas aun no distingo yo mesmo de un
cerco y una naval, cuál fue la naval o el cerco (84).
Las Alpujarras, entonces, son muros defensivos, y mares para dominar. La
segunda jornada introduce en la obra una tercera imagen que se asocia con las
sierras: son también un laberinto(79). A lo largo de la obra, Calderón juega con
el motivo del laberinto, cuya topografía admite la posibilidad del desplazamiento
de identidad de los protagonistas. La primera' vez que aparece la imagen, es
en el sentido positivo de muro protector. Mirando desde Gabia hacia afuera,
Abenhumeya comenta que sus montañas son un «hermoso laberinto» (79) que
le protegen de don Juan de Austria y de los «muchos mundos» que vienen con
él para sofocar la rebelión. Esta primera referencia sitúa el motivo con la esperada
imaginería de heroísmo: representa a don Juan de Austria como nuevo
Teseo que entrará en el laberinto para matar al minotauro. Abenhumeya, medio
caballero cristiano y medio «bárbaro africano» es el objetivo de la aventura.
Con razón el lector de la versión calderoniana espera que sea el morisco -medio
cristiano/medio moro- el minotauro del laberinto; que sea el morisco el que
consume a la víctima sacrificada, el soldado cristiano mandado a sofocar la rebelión.
Pero de aquí en adelante, el motivo del laberinto se metamorfosea de una
manera sutil: Calderón empezará a cuestionar quién es el minotauro, ¿el morisco
o el cristiano? En su Myth and Mythology in the Theater of Calderón, Thomas
O'Connor sugiere que la validez del mito aludido en una obra literaria «surge
del contexto en el cual se emplea» en la obra, no del mito en sí.7 Esto queda
bien claro, pero en el transcurso de Amar después de la muerte, se invierte la
identificación del mito con sus protagonistas, y así se desplazan las posibles interpretaciones
del mito.8
Primero, los cristianos -en particular el soldado Garcés- empiezan a temer
«esos laberintos donde el sol aún se pierde por momento, con andarlos cada
día»(83). El peligro más grande, según Garcés, es que en la confusión de las
montañas él no puede distinguir entre morisco y cristiano viejo, entre enemigo y
amigo. Muy pronto, serán los moriscos los que temen los «cerrados laberintos...
nocturnos» (87), en palabras de don Alvaro Tuzaní. Momentos antes de que Tuzaní
descubra el cuerpo de su amada Clara/Maleca en las ruinas saqueadas de
Galera, el protagonista morisco confiesa ser víctima de los «confusos laberintos
de armas [entre los cuales] ya la villa arde» (90). Las últimas palabras de Ma-
7 Thomas Austin O'Connor, Myth and Mythology in the Theater of Pedro Calderón de la Barca,
Austin: Trinity UP, 1988, pág. 33.
8 Así, sugiero que Calderón «remitifica creativamente» -en palabras de Alan Olson- la tradición
grecorromana: Alan M. Olson, ed. Myth, Symbol, and Reality, Notre Dame: U. of Notre Dame
Press, 1980, pág. 3.

744 DlANE E. SlEBER
leca le indican que un soldado cristiano la apuñaló. Maleca piensa que el Tuzaní
es su asesino cristiano: ella tampoco sabe distinguir entre amante y asesino en el
laberinto oscuro de Galera. Mirando desde la colina de enfrente, don Juan de
Austria comenta que «voraz y ciego es el Minotauro el fuego y es el laberinto el
humo» de Galera (94). El fuego, producto de armas españoles, es el Minotauro
que devora las ruinas de Galera.
Pero en el centro oscuro del laberinto, la identificación esperada aún se invierte
más. La víctima sacrificada termina siendo Maleca, la virgen noble de
Granada. Con el palacio de su padre en llamas, la morisca se esconde en el lugar
más oscuro y protector de su mundo: detrás de las cortinas que hay alrededor de
su lecho, con un paño simbólicamente protector que pertenecía a su padre y con
su virginidad intacta. El minotauro que la sacrifica es un soldado cristiano, Garcés,
el más feroz de las tropas de Juan de Austria. Al entrar en Galera, él había
animado a sus compañeros al saqueo con la promesa «ninguna vida hoy se guarde
que a mi acero, por hermosa o por caduca, se escape» (91).
Garcés describe su participación en el momento culminante de la obra: entra
en Galera por las minas excavadas por debajo de los muros, penetra hasta el
centro del pueblo en la oscuridad, y entra en el palacio de don Juan Malee:
discurrí todas las salas, penetré todas la piezas, hasta que llegué a una cuadra
pequeña, último retrete de la más bella africana... confusa, al fin, y turbada de
verme, como si fueran las cortinas de una cama murallas... detrás se esconde y
ampara (106).
Garcés, «arrebatado por no [sabe] de qué furia, de qué saña» (106), la mata a
cuchilladas y se escapa de Galera lo más rápido posible.
Ahora por un momento retirémonos del laberinto para reflexionar sobre el
origen mítico de esta reformulación calderoniana. Thomas Austin O'Connor nos
dirige a las Metamorfosis de Ovidio entre otras obras como fuente principal de
la tradición grecorromana en las obras de Calderón.9 El mito del minotauro y del
laberinto (libro VIII) empieza cuando la reina de Creta da a luz a un «extraño
híbrido monstruo-niño»; esto revela el adulterio de Pasiphae con el toro de Jove.
10 En reacción a la vergüenza familiar, el rey Minos decide ocultarlo. Para
ello hace construir un laberinto de muros altos y de corredores ciegos. Dédalo,
diseñador del laberinto, confudió los corredores de costumbre, y engañó con un
laberinto de senderos diversos:
Daedalus ingenio fabrae celeberrimus artis ponit opus turbatque notas et lumina
flexum ducit in errorem variarum ambage viarum. Non secus ac liquidus Phrygiis
Maeandros in arvis ludit et ambiguo lapsu refluitque fluitque oceurrensque sibi
9 Op.cit., pág. 27. Las otras versiones principales se encuentran en Apolodoro, Eratóstenes, Hornero,
Plutarco y Propercio, y reflejan en lo esencial el contenido comentado aquí.
Dvidio, Metamorphoses, Books I-V¡
University Press, 1916, pág. 417.
10 Ovidio, VIIl, Loeb Classical Library, Cambridge and London: Harvard

EL MONSTRUO EN SU LABERINTO 745
venturas aspicit undas et nunc ad fontes, nunc ad mare versus apertum incertas exercet
aquas: ita Daedalus implet innúmeras errore vias vixque ipse reverti ad limen
potuit: tanta est fallada tecti (vv. 159-68).
El mito descrito por Ovidio reúne todas las imágenes asociadas en Amar después
de la muerte con las Alpujarras: muros defensivos, confusión acuática y
laberinto contenedor de un monstruo medio humano medio bestia. Y como observaba
John Ruskin, el reto principal del laberinto mitológico no era el entrar
en él sino el salir de nuevo." Aquí entramos en el último laberinto de la obra: el
laberinto que es la narrativa humana, llena de retornos, nudos, encrucijadas, suspensiones,
interrupciones y ficcionalizaciones.12
La única manera de salir del momento central del laberinto calderoniano es,
como se debe esperar, mediante el hilo de la narrativa. El minotauro cristiano/
fiero Garcés se escapa de las ruinas de Galera, pero el Tuzaní jura tomar su
venganza. Al dirigirse al espectador, el Tuzaní afirma: «Todos sois testigos, todos,
del más sacrilego ultraje... y así, desde aqueste instante todos lo habéis de
ser, todos, de la mayor, la más grande y la más noble venganza que en sus corónicas
guarde la eternidad de los bronces» (92). El espectador, ya incluido en
su historia como testigo ocular, acompaña al Tuzaní en su caza sistemática por
el laberíntico campo de las tropas reales. El Tuzaní, vestido como cristiano viejo,
es indistinguible de los demás; él rastrea su monstruo al seguir el río de prendas
de Maleca que Garcés vende a los soldados cristianos. Por fin cara a cara, el
Tuzaní le pide a Garcés que narre sus aventuras en Galera.
Garcés comienza la narración asociándose con su «mina [que] monstruo
fue» y llamándose una «racional salamandra» que sabe penetrar el fuego del
asedio de Galera (105). El no se explica su mala fortuna desde aquel día, «porque
desde que yo en ella el primero puse el pie, no sé qué influjo, no sé qué
hado, qué rigor, qué estrella me persigue» (105). Interrumpe su cuento por
primera vez, ofreciendo postergar la narración porque su interlocutor parece estar
distraído al oírla. «No es sino que divertido acá en mis penas estaba, Proseguid
» (105), le responde el Tuzaní. Prosigue, y al llegar al momento de ver a la
morisca por primera vez, Garcés corta el hilo narrativo de nuevo: «Pero con
llanto en los ojos, y sin color en la cara, os habéis quedado» (106). De nuevo, el
Tuzaní le pide que concluya su narración. Cuando llega Garcés a relatar el momento
en que dio muerte a Maleca, es el Tuzaní el que interviene, queriendo al
parecer postergar la muerte de su amada: «Espera: escucha, detente, aguarda, no
llegues a [sus] brazos -¿Qué digo? Mis discursos me arrebatan la voz. Proseguid...
» (106). Y cuando Garcés por fin confiesa, pronunciando las palabras «la
atravesé el pecho», el Tuzaní pone fin a su narrativa al gritar «¿Fue como ésta
" J. Hillis Miller, «Ariadne's Thread: Repetition and the Narrative Line», Critical Inquiry, 3-1
(Autumn, 1976), pág. 59.
12 Op. cit., pág. 68.

EL MONSTRUO EN SU LABERINTO 745
venturas aspicit undas et nunc ad fontes, nunc ad mare versus apertum incertas exercet
aquas: ita Daedalus implet innúmeras errore vias vixque ipse reverti ad limen
potuit: tanta est fallada tecti (vv. 159-68).
El mito descrito por Ovidio reúne todas las imágenes asociadas en Amar después
de la muerte con las Alpujarras: muros defensivos, confusión acuática y
laberinto contenedor de un monstruo medio humano medio bestia. Y como observaba
John Ruskin, el reto principal del laberinto mitológico no era el entrar
en él sino el salir de nuevo." Aquí entramos en el último laberinto de la obra: el
laberinto que es la narrativa humana, llena de retornos, nudos, encrucijadas, suspensiones,
interrupciones y ficcionalizaciones.12
La única manera de salir del momento central del laberinto calderoniano es,
como se debe esperar, mediante el hilo de la narrativa. El minotauro cristiano/
fiero Garcés se escapa de las ruinas de Galera, pero el Tuzaní jura tomar su
venganza. Al dirigirse al espectador, el Tuzaní afirma: «Todos sois testigos, todos,
del más sacrilego ultraje... y así, desde aqueste instante todos lo habéis de
ser, todos, de la mayor, la más grande y la más noble venganza que en sus corónicas
guarde la eternidad de los bronces» (92). El espectador, ya incluido en
su historia como testigo ocular, acompaña al Tuzaní en su caza sistemática por
el laberíntico campo de las tropas reales. El Tuzaní, vestido como cristiano viejo,
es indistinguible de los demás; él rastrea su monstruo al seguir el río de prendas
de Maleca que Garcés vende a los soldados cristianos. Por fin cara a cara, el
Tuzaní le pide a Garcés que narre sus aventuras en Galera.
Garcés comienza la narración asociándose con su «mina [que] monstruo
fue» y llamándose una «racional salamandra» que sabe penetrar el fuego del
asedio de Galera (105). El no se explica su mala fortuna desde aquel día, «porque
desde que yo en ella el primero puse el pie, no sé qué influjo, no sé qué
hado, qué rigor, qué estrella me persigue» (105). Interrumpe su cuento por
primera vez, ofreciendo postergar la narración porque su interlocutor parece estar
distraído al oírla. «No es sino que divertido acá en mis penas estaba, Proseguid
» (105), le responde el Tuzaní. Prosigue, y al llegar al momento de ver a la
morisca por primera vez, Garcés corta el hilo narrativo de nuevo: «Pero con
llanto en los ojos, y sin color en la cara, os habéis quedado» (106). De nuevo, el
Tuzaní le pide que concluya su narración. Cuando llega Garcés a relatar el momento
en que dio muerte a Maleca, es el Tuzaní el que interviene, queriendo al
parecer postergar la muerte de su amada: «Espera: escucha, detente, aguarda, no
llegues a [sus] brazos -¿Qué digo? Mis discursos me arrebatan la voz. Proseguid...
» (106). Y cuando Garcés por fin confiesa, pronunciando las palabras «la
atravesé el pecho», el Tuzaní pone fin a su narrativa al gritar «¿Fue como ésta
" J. Hillis Miller, «Ariadne's Thread: Repetition and the Narrative Line», Critical Inquiry, 3-1
(Autumn, 1976), pág. 59.
12 Op. cit., pág. 68.

El tesoro escondido

El tesoro escondido

Ha de ser una fábrica rica adornada de jaspes y bronces. Este a su tiempo se ha de abrir en bastidores de suerte que unidos con el frontis del carro formen una fachada, en la cual ha de estar pintada una librería con sus estantes, y encima de ellos globos, esferas y otros adornos; y ha de haber enmedio un bufete con algunos libros y una silla en que se ha de ver una persona sentada.
El segundo carro ha de ser un peñasco el cual se ha de abrir en correspondencia del palacio y verse dentro dél otra librería con los mismos adornos, y solo ha de tener de diferencia el ser dos las sillas para dos personas.
El tercer carro ha de ser un óvalo redondo pintado en él un sol. Este se ha de abrir en rayos de suerte que quede formada una estrella tan grande que dentro della pueda parecer una persona.
El cuarto carro ha de ser una nube que a su tiempo se ha de abrir elevada en tres cuerpos de a seis u ocho hojas, y al pie de la nube ha de haber a manera de cabaña una gruta en que se ha de ver un niño echado sobre unos haces de trigo, el cual se ha de elevar en una canal hasta ponerse arrimado al tronco debajo de la nube, donde por delante dél ha de subir un cáliz y hostia de recortado, tan grande que encubra al niño y la peana, y la nube ha de cerrarse dejándolos dentro.
Adviértase que la pintura del carro de la estrella ha de ser por de fuera de estrellas y flores, y la de la nube de espigas de trigo y flores y estrellas.

¿Ves esa rosa que tan bella y pura...?

¿Ves esa rosa que tan bella y pura...?


¿Ves esa rosa que tan bella y pura
amaneció a ser reina de las flores?
Pues aunque armó de espinas sus colores,
defendida vivió, mas no segura.

A tu deidad enigma sea no obscura,
dejándose vencer, porque no ignores
que aunque armes tu hermosura de rigores,
no armarás de imposibles tu hermosura.

Si esa rosa gozarse no dejara,
en el botón donde nació muriera
y en él pompa y fragancia malograra.

rinde, pues, tu hermosura, y considera
cuánto fuera rigor que se ignorara
la edad de tu florida primavera.


Manjar de los fuertes


Manjar de los fuertes

El género humano tiene
contra las fieras del mundo,
por más que horribles le cerquen,
su libertad afianzada,
como a sustentarse llegue
de aquel Pan y de aquel Vino,
de quien hoy es sombra éste...

Nadie desconfíe.
Nadie desespere.
Que con este Pan y este Vino
las llamas se apagan,
las fieras se vencen,
las penas se abrevian,
las culpas se absuelven.

Éstas que fueron pompas y alegría...


Éstas que fueron pompas y alegría...


Éstas que fueron pompas y alegría,
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana,
durmiendo en brazos de la noche fría.

Este matiz que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron
y para envejecerse florecieron;
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y expiraron;
que, pasados los siglos, horas fueron.


De "La vida es sueño" II

De "La vida es sueño" II



¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice!
Apurar, cielos pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
¿qué más os pude ofender.
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma.
ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
y teniendo yo más alma
¿tengo menos libertad?
 Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
-gracias al docto pincel-,
cuando atrevido y cruel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto:
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le da la majestad
del campo abierto a su huida;
y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos del corazón:
¿qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
exención tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

 

De "La vida es sueño"

De "La vida es sueño"


Sueña el rey que es rey, y vive 

con este engaño mandando, 
disponiendo y gobernando; 
y este aplauso, que recibe 
prestado, en el viento escribe, 
y en cenizas le convierte 
la muerte, ¡desdicha fuerte! 
¿Que hay quien intente reinar, 
viendo que ha de despertar 
en el sueño de la muerte?


Sueña el rico en su riqueza, 

que más cuidados le ofrece; 
sueña el pobre que padece 
su miseria y su pobreza; 
sueña el que a medrar empieza, 
sueña el que afana y pretende, 
sueña el que agravia y ofende, 
y en el mundo, en conclusión, 
todos sueñan lo que son, 
aunque ninguno lo entiende.


Yo sueño que estoy aquí 

destas prisiones cargado, 
y soñé que en otro estado 
más lisonjero me vi. 
¿Qué es la vida? Un frenesí. 
¿Qué es la vida? Una ilusión, 
una sombra, una ficción, 
y el mayor bien es pequeño: 
que toda la vida es sueño, 
y los sueños, sueños son. 


De "A secreto agravio, secreta venganza"



De "A secreto agravio, secreta venganza"

Cuando la fama en lenguas dilatada
vuestra rara hermosura encarecía,
por fe os amaba yo, por fe os tenía,
Leonor, dentro del alma idolatrada.

Cuando os mira, suspensa y elevada
el alma que os amaba y os quería,
culpa la imagen de su fantasía
que sois vista mayor que imaginada.

Vos sola a vos podéis   acreditaros;
¡dichoso aquel que llega a mereceros,
y más dichoso si acertó a estimaros!

Mas, ¿cómo ha de olvidaros ni ofenderos?
Que quien antes de veros pudo amaros,
mal os podrá olvidar después de veros.



Cuentan de un sabio, que un día...

Cuentan de un sabio, que un día...

Cuentan de un sabio, que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas yerbas que cogía.
«Habrá otro», entre sí decía,
«más pobre y triste que yo?»
Y cuando el rostro volvió,
halló la respuesta, viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.

Cantarcillo

Cantarcillo


Ruiseñor que volando vas,

cantando finezas, cantando favores,
¡oh, cuánta pena y envidia me das!
Pero no, que si hoy cantas amores,
tú tendrás celos y tú llorarás.
¡Qué alegre y desvanecido
cantas, dulce ruiseñor ,
las aventuras de tu amor
olvidado de tu olvido!
En ti, de ti entretenido
al ver cuán ufano estás,
¡oh, cuánta envidia me das
publicando tus favores!
Pero no, que si hoy cantas amores,
tú tendrás celos y tú lloraras.

 

A la Noche

A la noche


Esos rasgos de luz, esas centellas

que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores
aquello viven que se duele de ellas.

Flores nocturnas son: aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores,
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.

De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.

¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o que mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere?